Estos cuentos no habrían visto la luz si no hubiera estado yo cerca de los ambientes que recrean y de varios de los personajes. Haber ido y venido mil veces por esos parajes, ser inmigrante ilegal en un país ajeno, tener un bisabuelo que fue fusilado durante la llamada revolución zapatista, un abuelo que murió de cáncer y otro más que casi muere al ser robada la mayor parte de su ganado, ambos viejos hermosos y queridísimos, y no haberme conectado nunca con la cosmogonía y las tradiciones de mi gentes campesina, con sus héroes trágicos, sus santos inquietos y sus rituales gastados pero vivos, de sus conflictos y eternos ensueños, todo ello hizo posible este compendio de historias que representa a muchas otras que deberían ser contadas, aunque no hayan sido escritas. En el trenzado que el lector pueda realizar entre una historia y otra, naturalmente aparecerá la sombra amable de mi padre, quiños de esa voz sabia que cultivó en su idilio permanente con la tierra, su segunda mujer amada, a la que entregó los cuidados de sus manos de cariñosa rudeza.
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